No reconocí al hombre que tenía frente al espejo. Mi barba llegaba a tocarme el pecho. Reí a carcajadas. ¡Si me vieran en el bufete de abogados! Ahora me había convertido en todo un catedrático de la supervivencia. Fui a alimentar la hoguera que llevaba encendida casi dos años, sin interrupciones, era lo más importante que tenía. Mi única salvación. Si un barco pasaba cerca y veía el humo, vendría a rescatarme para devolverme a la civilización, a mi trabajo, a mi coche, a volver a leer un periódico, a mi mujer...
Llené el cubo de agua y me apresuré a apagar el fuego.
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